En el barrio de La Boca, sobre la calle Benito Perez Galdós 390, se encuentra uno de los edificios “malditos” de la ciudad, la torre de los fantasmas, obra del arquitecto Guillermo Álvarez. Según esta leyenda urbana, la artista que habitaba esta torre puso fin a su vida sin dejar evidencia de ello. Desde entonces, la Torre ganó fama de estar embrujada, y su actual residente asegura que, por la noche, los pasos de la muerta no lo dejan dormir. Algunos boquenses que pasan frente a ella, los más viejos, aún se persignan como protegiéndose de las historias que la rodean. En ese lugar vivió Clementina, una pintora que compartía sus días con una familia de gatos y, según los vecinos, no salía mucho. Todo hacía pensar que tenía una vida tranquila, casi aburrida, pero un día ocurrió algo que pronto se convirtió en una pequeña leyenda urbana.
A pesar de que prefería la soledad de su atelier, y quizás con el único fin de dar un poco de vuelo a su alicaída carrera pictórica, Clementina aceptó realizar una entrevista, la misma se realizaría en su propia casa, y Clementina accedió a que se tomaran fotografías de algunas de las obras que aún no había expuesto.La charla se desarrolló con normalidad, casi con monotonía, pero cuando el periodista hizo revelar las fotografías supo que esta podía convertirse en una de las mejores historias que habían llegado a sus manos. Sin perder tiempo, se dirigió a la casa de Clementina para mostrarle lo que había descubierto.La pintora se sorprendió al verla nuevamente, pero más lo hizo al ver las imágenes. Allí, entre sus pinceladas, aparecían tres hombrecitos muy pequeños que ella no había pintado. Los duendecillos o fantasmas parecían jugar sobre las telas, mezclándose entre los colores y los dibujos. Clementina no quiso hablar sobre el tema. Evidentemente perturbada por lo que acababa de ver, invitó al periodista a retirarse de su casa y sólo deslizó un enigmático comentario: "usted no tenía que verlos".Al poco tiempo Clementina aparecía en el diario, pero en la sección de noticias policiales. Algunos vecinos escucharon un disparo en la casa de la pintora y temiendo por su vida, llamaron a la policía. Nadie había salido del departamento cuando los oficiales llegaron al lugar, pero al forzar la puerta no encontraron nada extraño. Todo parecía normal, salvo por un pequeño detalle: ni Clementina ni sus pinturas estaban allí. Nunca se supo qué fue de ella. En estos momentos la torre será convertida en una galería de arte colectivo, por lo que además de su fantasma, el espíritu de Clementina seguirá entre sus paredes.