Nada esclaviza más que temer por acontecimientos que pueden llegar a pasar en el futuro.
Como casi todas las emociones negativas, los miedos producen un estado de inmovilidad.
Los más frecuentes en estos tiempos tienen que ver con la inestabilidad, la ruina y la pérdida del trabajo: avatares sobre los cuales difícilmente podamos ejercer algún control.
Sí podemos ahuyentar el miedo reemplazándolo por un pensamiento constructivo o por el convencimiento de que aquello que tememos no se producirá.
Llegado el momento, los problemas deben enfrentarse con serenidad, porque el pánico impide razonar y, en consecuencia, actuar.
Mucha gente que ha pasado por experiencias similares reconoce que la catástrofe tan temida resultó menos terrible en la realidad de lo que imaginaba.
En circunstancias límites, desarrollan anticuerpos contra la parálisis del miedo y estuvieron en condiciones de defenderse.
Si la fe y la confianza se unen a nuestra voluntad de acción, siempre podremos rehacer la historia de nuestros días. La confianza además suele tener efectos altamente positivos: nos impulsa a protagonizar lo que deseamos. Si una madre tranquila transmite seguridad a su hijo, éste recordará cumplir con las normas de tránsito y evitará dar ese paso alocado que puede llevarlo al desastre.
Si imaginamos nuestra propia felicidad como si estuviéramos viéndola en una pantalla, es muy posible que la transformemos en realidad. También podemos transmitir buenas ondas a quienes nos rodean.
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