El amor es la emoción más importante en la vida, es la mejor manera de relacionarse con el otro y es el instinto de vida. Sin embargo, pocos parecen lograr un buen vínculo estable con sus parejas y fracasan una y otra vez.
El amor termina porque no se cuida y no se sabe valorar a la persona elegida.
¿Qué les pasa a los jóvenes cuando intentan relacionarse afectivamente y no tienen éxito? ¿Qué es lo que esperan de una pareja? ¿Cómo creen que la vida de a dos debe ser vivida?
Vivir ahora es complicado, los roles han cambiado y los intereses se han multiplicado y se necesitan más cosas para vivir y más horas para trabajar.
La relación de pareja se deja para lo último y falla de entrada, porque sólo es para usarla para compartir el poco tiempo libre que les queda.
Este estilo de vida es cada vez más mecánico, y a muchos jóvenes y no tan jóvenes cada vez los hace sentir menos felices, porque sufren de depresión, adicciones, ansiedad, fobias y ataques de pánico.
Esa necesidad de tener toda la vida programada y los minutos contados para cumplir con una agenda llena, transforma a los vínculos de pareja y a las relaciones sexuales en un trámite más, en la nutrida lista de tareas cotidiana.
No es nada raro entonces que muchos no funcionen como deberían cuando es el momento, e incluso no sientan deseos de hacer el amor porque están demasiado ocupados, apurados, malhumorados y cansados.
El interés por el otro se esfuma porque apenas se pueden soportar a ellos mismos.
Toda la energía se concentra en el individuo, que se convierte en sujeto y objeto de si mismo.
Pero el hombre no es ni un objeto ni una máquina, es uno más de los que se complican la vida día a día, al querer vivir en función de lo que espera de ellos una generación alienada, incapaz de establecer vínculos.
Una generación que no sabe muy bien lo que quiere, que por un lado desea tener una pareja pero que también pretende vivir como si estuviera sola; que una vez que consigue a alguien que la ame, pronto se cansa, se aburre y deja de querer, dejando detrás un tendal de corazones rotos; no sin antes enamorarse de otra persona, y entregarse a una nueva pasión arrolladora, que inexorablemente tampoco le dura mucho, porque al poco tiempo vuelve a sucederle lo mismo, se desencanta; y la aridez de la rutina del encuentro la deja de interesar, no logra conmoverla ni la emociona, porque sólo aspira a satisfacer sus sentidos, utilizando al otro como una cosa.
Si no hay un sentimiento más profundo en una relación de pareja, ni ningún compromiso afectivo, no es una relación, ni es nada, será lo mismo que la hora que pasan en el gimnasio haciendo ejercicio.
Sólo podrán establecer buenos vínculos cuando estén dispuestos a hacer de sus vidas algo más simple, sin necesitar tantos estímulos para sentirse vivos.
El mayor grado de confort trae aparejada una cantidad de complicaciones que lleva a la gente a creer que la verdad está en el consumo y en el progreso económico a costa de los valores humanos, transformando al hombre y a la mujer en seres mecánicos sin sentimientos.
Este modelo de vida ha convencido a la mayoría que la vida puede tener garantías, que se puede conseguir seguridad a un precio y también parejas y amigos.
Ha convencido al hombre de que todo es posible, incluso perpetuar la juventud, fortaleciendo esa utopía la incapacidad reinante para aceptar el cambio y la ineludible finitud de la vida.
Einstein decía que vivir para otros es lo único que hace que la vida valga la pena. Sin embargo, cada vez más el individualismo y la soledad se considera una panacea.
Por lo menos, si están dispuestos a aceptar esa filosofía de la vida, y vivir sin ningún sentimiento sincero, tienen que tener también el coraje de enfrentar el costo que implica: no llegar a encontrar jamás la pareja de sus sueños.
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