Del mismo modo como la mayoría de nosotros proyecta lo que lleva por dentro, de ese mismo modo muchas veces juzga a los demás y entiende al mundo, uno mira con sus ojos, con sus miedos, con sus prejuicios, con sus traumas.
Por eso es importante cultivar nuestra vida interior para limpiar nuestra mirada, para ver el mundo de una manera más sana, más transparente, sin dolor ni desconfianza, sin penas.
Un maestro espiritual errante había obtenido un gran progreso interior. Se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en profunda meditación.
Estaba en tan elevado estado de consciencia que se encontraba ausente de todo lo circundante. Poco después pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se dijo:
“Este hombre, no me cabe duda, debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad no vaya a ser que venga un policía a prenderle a él y también me coja a mí”.
Y huyó corriendo. No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar.
Iba dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del camino y pensó:
“Éste está realmente como una cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”.
Y, tambaleándose, se alejó.
Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.
Hay que aprender a mirar, a reconocer lo bello, a ver en los demás sus virtudes, a mirar en nuestro entorno las cosas positivas, a evaluar bien la situación y no ver solo el lado desventajoso.
Limpiar nuestras miradas implica limpiar nuestras almas, superar nuestros miedos y tristezas. Es un tema muy importante porque según qué tan limpios estemos por dentro, veremos un mundo exterior, una vida mejor, veremos con mejor claridad nuestro camino a la felicidad.
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