Si llevamos la atención amorosa a una parte de nuestro cuerpo, aumenta el flujo sanguíneo y la respuesta inmunológica, potenciando con ello las posibilidades del proceso curativo del organismo.
Este es un ejemplo del poder sanador del amor a escala individual.
De la misma forma, cuando muchas personas se juntan a meditar o a orar, con un propósito específico o simplemente para facilitar la conexión trascendental con la Inteligencia Cósmica, las variables sociales tienden a armonizarse.
Este es otro ejemplo científicamente comprobado del poder sanador del amor a escala global.
El amor no es sólo un sentimiento, el amor es una fuerza de la naturaleza equivalente al viento, al fuego o a la gravedad.
El amor no depende de un estado interior, simplemente ocurre como un obsequio de la Gracia Divina; nuestro rol únicamente se limita a permitir su flujo a través de nuestro cuerpo o ser un obstáculo para el mismo al identificarnos con las elucubraciones de nuestro pequeño ego.
El amor es nuestro derecho por naturaleza, la semilla que lo atrae hacia nosotros habita en nuestro corazón.
Podemos regarla y abonarla con buenos pensamientos, lecturas estimulantes, compañías que vibren en su sintonía o la práctica de una enseñanza espiritual.
Todo ello crea auspicios para que la fuerza luminosa del amor se abra paso a través nuestro con un poderoso fluir que se multiplica día a día.
La fuerza del amor crece cuando se comparte; cuando damos sin condiciones, el Universo nos compensa con más y más.
Esta es una ley absoluta.
Cuando esto ocurre, el orden divino se apodera de nuestra vida y comenzamos a experimentar ese flujo de coincidencias que nos elevan hacia la conciencia de Unidad con el Todo, que hacen mucho más fácil nuestra vida y donde la Inteligencia Cósmica se manifiesta a nuestro servicio porque hemos pasado a formar parte de ella.
Es un profundo despertar que te permite formar parte de la economía universal de la prosperidad ilimitada.
Cuando este estado de conciencia te abraza y se apodera de ti, hay verbos que comienzan a conjugarse en tu vida con mucha facilidad:
servir, compartir, dar, sumar… y por supuesto, sanar.
La siguiente práctica puede ayudarte a asimilar esta enseñanza:
Te propongo que, dos o tres veces al día y durante tan sólo un breve periodo de tiempo, hagas algunas respiraciones profundas y lleves tu atención al corazón, allí donde se encuentra la semilla dorada del amor.
Recordemos aquellas situaciones donde realmente hemos experimentado amor, situaciones que pueden ir acompañadas de dicha, gratitud, gozo o incluso un sentimiento de poder.
Tómate también algunos segundos para crear en tu mente aquellas situaciones en las cuales deseas experimentar la fuerza sanadora del amor.
Siente que un manantial de amor baña tu vida y vitaliza la semilla del amor en tu corazón, la cual da muchos frutos que se manifiestan con facilidad para tu realización.
Siente como sana tu cuerpo, tu mente y tu alma; siente como tus relaciones y tus fuentes de ingresos son iluminados con esta generosa fuerza de la naturaleza.
Cuando lo desees, vuelves a realizar dos o tres respiraciones profundas y continúas con tus tareas habituales procurando mantener un vínculo consciente con el poder sanador del amor.
Fuente: Pablo de la Iglesia