Con gran sabiduría alguien ha dicho que la vida es del color del cristal con que la miras. Pero, de hecho, hay que recordar que somos nosotros los que inventamos el color del cristal. Todos los días, frente a cualquier situación, somos nosotros los que decidimos si veremos oportunidades o problemas, si avanzaremos con valor o nos estancaremos en el camino, si pagaremos el elevado precio de alcanzar un sueño o simplemente renunciaremos.
Reconozco que a veces es difícil aceptar esto, porque, para ser realistas, hay muchas situaciones que sobrepasan nuestras capacidades. Además, existe el hecho, si se trata de trabajar con otras personas, de que no todas se motivan por lo mismo y de la misma manera, así que cuando se proponen tareas grupales (en la universidad, en el trabajo) el estrés aumenta considerablemente, porque cada uno seguirá viendo las cosas a su propia manera, dificultando el avance del grupo. ¿Acaso eso no es razón suficiente para entender que no todo es del cristal con que se mira? Yo pienso que no es razón suficiente, porque aunque otros piensen de forma diferente o vean la vida de forma diferente de la nuestra, nadie puede imponernos una manera de ver la vida, pero nosotros sólo tenemos dos alternativas: 1) Forjamos nuestra propia percepción de la vida, o, 2) Aceptamos la percepción que tienen de la vida los demás.
No estoy diciendo que otras personas tengan una manera sombría de ver las cosas, sin embargo, por muy buena que sea la forma en que otro ve su propia vida, no podemos adoptar sus “técnicas” para nosotros mismos, porque nuestra vida es singular, así como nuestra manera de influir sobre el mundo lo es. Claro que podemos aprender de esas grandes personas que suelen sobreponerse a todo obstáculo, claro que ellos y ellas pueden enseñarnos grandes lecciones de vida, mas será hasta que reconozcamos que somos los únicos responsables de nuestra vida, que comenzaremos a vivir en verdad.
Vemos lo que queremos ver.
La realidad que debemos asumir es que cada uno ve lo que quiere ver. Si el vaso de agua está por la mitad, yo puedo decir que está medio lleno, pero tú, mi querido lector o lectora, puedes decir que está medio vacío. ¿Quién tiene la razón? Sería inútil entablar una controversia al respecto, porque ambos estamos en lo cierto, sólo que lo vemos desde perspectivas diferentes. ¿Cuál de las dos perspectivas es más saludable? Tal vez esta sí sea una pregunta que valga la pena, pero de nuevo, lo que importa más es que al ver la vida, veamos la gran misión que hemos venido a cumplir a este mundo.
Hace algún tiempo escuche la siguiente historia, la comparto para que saques tus propias conclusiones y que esas conclusiones te ayuden a seguir por la senda de la excelencia:
Una compañía especializada en la manufactura y comercialización de zapatos quería expandirse, había escogido como nuevo nicho de mercado a África, pero como no conocían el lugar enviaron a dos representantes de ventas (los que consideraban los dos mejores), uno al norte y el otro al sur de África. Las instrucciones eran sencillas, vivir seis meses en el lugar, indagar sobre las posibilidades económicas, entrevistarse con posibles asociados locales, entre otras, y finalmente presentar un informe sobre la viabilidad de llevar zapatos a aquel lugar.
La compañía invertiría en todos los gastos de sus delegados con la esperanza de recibir buenas noticas. Seis meses después, en una junta programada especialmente para recibir los informes, los altos directivos de la compañía se reunieron. El delegado que había viajado al sur de África estaba en el país desde hacía tres días, pero su compañero no había vuelto del viaje, sin embargo sabían que llegaba ese mismo día, así iniciaron la reunión hablando de las proyecciones futuras y se le dio la oportunidad al delegado que estaba presente para que diera su informe.
Sus palabras fueron escuetas y al punto: “No debemos ir a África, es simplemente un riesgo que no debemos tomar. Allí todo el mundo anda descalzo y no veo la forma de venderles zapatos; sencillamente, no les interesan los zapatos”.
Los directivos se vieron unos a otros, considerando seriamente lo que habían escuchado, porque claro está que no enviarían a la compañía a una situación desestabilizante. En ese momento irrumpió en la reunión el hombre que había sido delegado para ir al norte de África. El presidente de la junta preguntó si estaba listo para rendir su informe. Con gran entusiasmo, aquel hombre, que aún llevaba sus maletas de viaje, se dirigió a los asistentes de la junta y dijo: “¡Debemos llevar nuestra compañía a África! Sin duda alguna haremos una gran fortuna. Allí nadie lleva zapatos, así que eso nos hace más fácil la tarea de vender. Es más, propongo que se monte una fábrica en ese lugar, con eso bajaremos ciertos costos y recibiremos mayores utilidades... Vine tarde, porque justo ayer, antes de subir al avión, cerré uno de los tres convenios con los que vamos a comenzar a trabajar en África”.
Por demás está decir que la compañía llevó sus zapatos a África. La visión de un hombre, más concretamente, la forma de ver las cosas que tenía un solo hombre, hizo una gran diferencia entre el éxito y el fracaso. Así sucede en todas las áreas de nuestra vida.
Ahora, al salir y enfrentar lo que el mundo trae, la pregunta que debemos respondernos a nosotros mismos es: ¿Qué es lo que veo para mi futuro?
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