LA SOCIEDAD Y LOS TÓPICOS EN LAS CREENCIAS
El pensamiento de la mayoría no es criterio de verdad. Si la verdad es el reconocimiento de la realidad, no lo es necesariamente la opinión de la mayoría, ni el común denominador de diferentes opiniones. Por eso, esgrimir como supremo argumento lo que hace o piensa la mayoría de la gente, puede ser una excusa o una coartada, pero no un argumento sólido. Además, invocar la mayoría como criterio de verdad equivale a despreciar la inteligencia. Unas palabras de Fromm lo expresan con lucidez:
“El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte éstos en verdades; y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gente equilibrada”.
Es un gran error confundir la verdad con el hecho puro y simple de que un determinado número de personas acepten o no una proposición. Si se admite esa identificación entre verdad y consenso social, cerramos el camino a la inteligencia y la sometemos a quienes pueden crear artificialmente ese consenso con los medios que tienen a su alcance. Adoptar de forma acrítica una postura mayoritaria equivale a pensar que ya no existe la verdad, y que se debe considerar como tal aquello que decide quien tiene poder para imponer mayoritariamente su opinión. En la versión de Shakespeare, vemos que el discurso de Bruto para justificar ante el pueblo romano el asesinato de Julio Cesar, es plenamente convincente: el pueblo, en efecto, es convencido. Nada hace pensar que nosotros no hubiéramos aplaudido igualmente a Bruto, y eso es lo inquietante. De hecho, hemos de reconocer que aceptamos e incluso defendemos acaloradamente los sofismas de muchos Brutos intelectuales y políticos de nuestros días.
También comprobamos que la mentira se puede imponer de muchas maneras, y no sólo con la complicidad de los grandes medios de comunicación. Sin ellos, con la eficacia de lo que se transmite boca a boca sin tregua, alcanzó a Sócrates hace más de dos mil años:
“Sí, atenienses, hay que defenderse y tratar de arrancaros del ánimo, en tan corto espacio de tiempo, una calumnia que habéis estado escuchando tantos años de mis acusadores. Y bien quisiera conseguirlo, […] mas la cosa me parece difícil y no me hago ilusiones. […] Intrigantes, activos, numerosos, hablando de mí con un plan concertado de antemano y de manera persuasiva, os han llenado los oídos de falsedades desde hace ya mucho tiempo, y prosiguen violentamente su campaña de calumnias.”
Sócrates representa la situación del hombre aislado por defender verdades éticas fundamentales. Pertenece a esa clase de hombres apasionados por la verdad e indiferentes a las opiniones cambiantes de la mayoría. Hombres que comprometieron su vida en la solución a este problema radical: ¿Es preferible equivocarse con la mayoría o tener razón contra ella?
Las mayorías son un dudoso criterio de verdad porque en su alimento intelectual abundan los tópicos, ideas simples que gozan de gran aceptación. Son tópicos el trabajo eficiente de los japoneses, la perfección técnica de los alemanes, el buen fútbol brasileño, el humor inglés, la gracia andaluza, y otros muchos. Su éxito consiste en expresar sencillamente una idea sencilla. Sin embargo, una idea sencilla también puede ser falsa: para muchos norteamericanos, los españoles somos toreros o guitarristas, y todas las españolas bailan flamenco.
Adoptar de forma acrítica una postura mayoritaria equivale a pensar que ya no existe la verdad.
Normalmente la realidad es compleja, difícil de racionalizar en esquemas simples, pero los medios de comunicación y las campañas publicitarias necesitan simplificarla para hacerla comprensible al gran público: así triunfan a veces esas ideas ridículamente caricaturescas. El problema surge cuando se transmiten altos contenidos culturales o éticos, porque entonces la simplificación a costa de la verdad suele acarrear peligrosas consecuencias. Así, por ejemplo, el marxismo hizo creer que todo obrero era una persona noble por el hecho de ser obrero, y que todo empresario era odioso por la misma razón. Era una simplificación de la lucha de clases. También simplifica quien equipara el consumo de drogas blandas con el mero hábito de fumar; o el que identifica política y corrupción, deporte de elite y doping, etc.
Como se ve, muchos tópicos se encuentran en los cimientos de la cultura media ambiental, y suponen un alimento intelectual de fácil digestión. Por ello, en la medida en que expresan errores o medias verdades, su nivel de aceptación es equivalente a su nivel de manipulación. Los tópicos han existido siempre, pero actualmente se diría que su proliferación parece producida por una poderosa multinacional. Los tres ejemplos siguientes son algunos de sus mejores productos:
El mito del progreso
Decía Miguel Delibes, en su discurso de ingreso a la Real Academia Española de la Lengua, que nuestra sociedad pretendidamente progresista es, en el fondo, de una mezquindad irrisoria, pues provoca el escandaloso contraste entre una parte de la Humanidad que vive en el delirio del despilfarro mientras otra parte mayor se muere de hambre. Éstas fueron sus elocuentes palabras finales:
-“Si la aventura del progreso, tal como hasta el día de hoy la hemos entendido, ha de traducirse inexorablemente en un aumento de la violencia y la incomunicación; de la autocracia y la desconfianza; de la injusticia y la prostitución de la Naturaleza; del sentimiento competitivo y del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y de la exaltación del dinero, en ese caso, yo, gritaría ahora mismo, con el protagonista de una conocida canción americana: ¡Que paren la Tierra, quiero bajarme!”
Galileo
Todo el mundo sabe que, en la Edad Media, la Inquisición condenó a Galileo a morir en la hoguera por sostener que la Tierra era redonda. Sin embargo, Galileo no fue jamás condenado a morir, y menos en la hoguera, y mucho menos por una redondez conocida por los griegos y demostrada por Magallanes y Elcano. Además, Galileo fue contemporáneo de Descartes…, es decir: La Edad Media había terminado dos siglos antes.
La oscura Edad Media
Como se ve, la Edad Media da para mucho. En ella no dejó de salir el sol, pero se dice que era oscura en otros sentidos: por lo poco que sabemos de ella, por lo brutal del sistema feudal, por su incultura… Sin embargo, la historia medieval es incomparablemente más conocida que la historia antigua, aunque a ésta nadie la llame oscura. Además, sólo por una completa y sospechosa ceguera se puede calificar de inculta a la época que inventa el gregoriano, la música de cámara, los estilos gótico y románico, y, sobre todo, la forma superior de convivencia culta: la universidad. Por otra parte, aunque feudal rime con brutal y bestial, el feudalismo no tiene nada que envidiar a la esclavitud persa, egipcia, griega o romana. Además, los récords de crueldad que se atribuyen a la Edad Media empezaron a ser pulverizados a partir de la Revolución Francesa. Hoy sabemos que las guerras y guerrillas del siglo XX han acabado con más vidas humanas que toda la historia de la humanidad.