Todo ser humano posee, la mayoría de las veces sin saberlo, recursos superiores que, si fuesen cultivados debidamente, producirían resultados sorprendentes. De ahí que el número de las personas privilegiadas sea relativamente corto.
El primer requisito para llegar a adquirir esa confianza es columbrar una evidencia del propio valer. Aquilatar uno mismo su propia capacidad para el oficio o profesión que haya elegido para servir a la sociedad y ganar el sustento, es el inicio de la fe en la buena estrella: y la esperanza en el porvenir
Nunca te consideres inferior al resto de los hombres; eso sería padecer la influencia dominante de quienes pretenden convertirte en un instrumento autómata de sus planes o propósitos, manejándole como a un pelele o títere.
Nunca se humille, ni baje la cerviz llamándose a sí mismo un fracasado ni un ser insignificante. Tampoco peque de afectación activa ni de envanecimiento sin causa solamente levante su cabeza y mire al cielo,
camine con paso firme y al respirar con amplitud, dígase a sí mismo: "Yo formo parte del poder universal; me apoya su influencia divina y así como no toleraré que nadie me perjudique, yo no perjudicaré a nadie, sino que, por el contrario, haré todo el bien que pueda."
Hay que recorrer la senda de la existencia con dignidad, aplomo y serenidad. La dignidad y la calma son los mejores caminos para llegar a la rapidez. Napoleón decía en los momentos más comprometidos de la guerra: "¡Despacio, que estamos de prisa!" La precipitación y la energía son cosas completamente distintas.
El hombre ecuánime, reposado y perseverante, puede alcanzar su objetivo con más prontitud que el arrojado, irreflexivo y precipitado.
La confianza en sí mismo, la espera consciente, el deseo fervoroso pero calmado, constituyen una fuerza dinámica de triple poder, capaz de vencer los más graves problemas y de lograr los más inconcebibles triunfos.
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