Cuando de chico leí que una carcajada bien sonora, salida del alma, movilizaba más la energía en el cuerpo que una serie de intensas actividades deportivas o aeróbicas, me quedé impactado por la potencia sanadora de la risa.
Con el tiempo accedí a explicaciones científicas sobre como el organismo moviliza sus recursos infinitos de recuperación, cuando el humor se instala y las emociones provocadoras se distienden ante la risa benéfica. Las endorfinas, hormonas de la dicha, se despliegan en el campo de nuestro cuerpo, cuando la distensión y el placer se conectan con el humor, con esa puerta de acceso a la libertad del Ser, que comienza cuando uno en lugar de juzgar, directamente ríe. Más aún si esa risa se autorefiere, es decir si aprendemos antes que nada a reírnos de nosotros mismos, el efecto es explosivo, de polaridad positiva.
Podemos pasar de un dicho gauchesco con su proverbial sabiduría: “El que se ríe, los mal es aleja”, a una profunda reflexión espiritual de Osho, cuando dice que la risa detiene a la mente, y que por eso proviene del corazón. La mente es tramposa. el corazón es sabio. El hombre es el único ser de la creación capaz de reírse, Tiene el mecanismo de la evolución divina en un clímax tal que le permite detener el tiempo en ese instante. Fundirse en el motivo de su existencia en esa risa, que dicen los avatares, es la risa de Dios.
Dios es el gran humorista, que permite en forma compasiva que esta humanidad continúe, a pesar de su falta de amor y de humor.
Así que seres queridos, a reírse mucho; pero no del otro, sino junto al otro. Reír nos sana, y en estos momentos más que nunca, necesitamos mecanismos naturales, para preservar la salud, ante toda la tristeza que se nos quiere vender, sabiendo que si perdemos la risa, perdemos literalmente la vida.