En numerosas ocasiones, los seres humanos nos encontramos ante situaciones que suponen una oportunidad de alcanzar algo que nos gustaría conseguir: el ascenso que estábamos esperando, la cita con la persona que nos gusta, una mejoría en la relación con mi pareja, etc. Se podría decir que es una oportunidad que nos ofrece la vida para disfrutar del momento, para saborear lo que nos está sucediendo… Pero hay personas que, en lugar de disfrutar de la experimentación de las emociones positivas que aparecen ante la expectativa de éxito, se dicen a sí mismas que es mejor “no confiarse” porque “lo malo siempre puede suceder, de nuevo”.
De este modo, estas personas, ante situaciones que les plantean la posibilidad de disfrutar de algo que desean, eligen “conscientemente” no hacerlo. La clase de argumento en el que basan esta elección es “prefiero no hacerme ilusiones porque si luego no lo consigo, entonces me sentiré peor“. Puede ser que encontremos lógico este argumento, pero no puedo evitar plantear la siguiente pregunta: ¿cuál es el problema? Sí, porque lo que parece encerrar el anterior argumento es: “… me sentiré peor… y no podré soportarlo“.
Cuando una persona utiliza esta estrategia con frecuencia, se está perdiendo una de las satisfacciones que más sencillamente los seres humanos podemos alcanzar: saborear la expectativa positiva. Investigadores como el doctor Robert Sapolsky han encontrado en sus estudios que lo que pone en marcha los circuitos neuronales implicados en la felicidad (por ejemplo, secreción de dopamina) es la expectativa previa (la anticipación) de la recompensa esperada, y no tanto la consecución de la misma. Podría pensarse, por tanto que soñar y fantasear con que alcanzamos aquello que deseamos es una forma de anticipar la recompensa que está por llegar, pero también supone la oportunidad de imaginar cómo sería nuestra vida al alcanzar ese momento y planificar una estrategia en la consecución de dichos objetivos.
La doctora Barbara Fredrickson, autora del Modelo de Ampliación y Construcción, postula en sus estudios que la experimentación de emociones positivas tiene como consecuencia la ampliación y construcción de repertorios cognitivos que podrían, en un segundo momento, facilitar las acciones que nos lleven a la consecución de nuestros objetivos. Es decir, que sentir emociones positivas como la alegría, la satisfacción, la tranquilidad, el optimismo, etc., puede hacer que seamos más creativos en la búsqueda de soluciones y en la creación de planes orientados a metas. En último término, si llevamos a cabo esas acciones orientadas a metas con éxito, lo que lograremos es aumentar el repertorio de posibilidades ante una situación determinada, lo que nos transforma (al darnos nuevas opciones), generando nuevas emociones positivas y retroalimentando el sistema.
De este modo, y siguiendo la lógica de ambas líneas de estudio, la estrategia de coartar las emociones positivas para no decepcionarnos, para evitar sentir la frustración, también evita la posibilidad de, primero, sentir una serie de emociones positivas derivadas de la expectativa previa de lograr algo que deseamos y, segundo, de ser creativos en esa situación, de intentar soluciones diferentes, de pensar en las consecuencias positivas que tendría haber alcanzado ese objetivo, meta personal o logro.
Las personas que plantean el argumento que anteriormente comentaba, se están escudando en una lógica pesimista bajo la supuesta protección de lo neutro. Y es que el miedo a la frustración, a no lograr lo que deseamos, a sentir la decepción del “fracaso”, nos empuja en muchas ocasiones a esta actitud “pesimista”. ¿Qué consecuencias tiene basarnos en ese miedo a la expectativa positiva?
Si construimos una creencia sólida, rígida y dogmática que nos protege de sentirnos mal, recurriremos a ella siempre que nos resulte necesario. Esta creencia nos “protegerá”, como decía, de los posibles fracasos que intentar alcanzar nuestros sueños y deseos conlleva. Pero esta protección es tan falsa como la creencia en la que se quiere sustentar. El miedo a no poder soportar la frustración nos puede llevar a tomar determinadas decisiones con el objetivo de tratar de evitar el dolor; pero esto no garantiza que no vayamos a sentirlo.
Al desear evitar la expectativa positiva eliminamos también la posibilidad de soñar con el éxito, de vernos a nosotros mismos alcanzando nuestros objetivos. Estas formas de “visualización” nos pueden ayudar a construir el plan de acción que nos acerque al éxito, a la meta, al objetivo. Si dejamos que las emociones positivas que surgen de la expectativa de éxito nos envuelvan, y ampliamos los repertorios cognitivos, habrá muchas más opciones de planificar los pasos que me llevarán al objetivo. Pero resulta muy importante, en dicha planificación, contemplar la posibilidad de que no lo consiga y establecer también unas directrices básicas que me permitan reaccionar ante tal situación.
Las personas que evitan la expectativa positiva consiguen eliminar la posibilidad de verse en el éxito y también en el fracaso, por lo que no pueden planificar los pasos que le lleven a su objetivo ni tampoco pueden elegir cómo van a a reaccionar si las cosas no salen como esperaba. Soñar, visualizar y saborear la expectativa, en este sentido, es como un ensayo general de lo que puede ocurrir si persevero. Porque todo este asunto de la expectativa positiva no sirve de mucho si no incluyo en el proceso la acción orientada a metas.
La expectativa del éxito, al iniciar un proceso emocional positivo que incluye el aumento de los repertorios cognitivos, facilita una ampliación de los posibles planes de acción a llevar a cabo. Si veo más posibilidades, en lugar de un único camino, lo más probable es que si me encuentro escollos en el mismo, sea capaz de sobreponerme. Porque, en definitiva, si lo que marca mi decisión de no dejarme llevar por la expectativa positiva es el miedo a no poder soportar la frustración de haberme equivocado, de no haber alcanzado la meta, entonces es que doy por supuesto que esas emociones negativas son “insoportables” para mí.
En último término, si convertimos esta evitación en una pauta habitual, lo que conseguiremos es eliminar una buena parte de las emociones, positivas y negativas, de nuestra vida. Algunas personas, que no ha aprendido a gestionar su mundo emocional, estarían encantadas con esa posibilidad. Pero surge un problema: es imposible no sentir emociones. De modo que si nos acostumbramos a esta pauta anterior, lo que ocurrirá es que bloquearemos gran parte de nuestras emociones, dificultando, con el tiempo, su reconocimiento. Si no sabemos que estamos sintiendo, no podemos saber cómo reaccionar ante ello. Si estamos bloqueados, tendremos dificultades para darnos cuenta de que tal vez es el miedo el que nos impide tomar otras decisiones, otros caminos.
Los procesos emocionales y cognitivos asociados a la generación de expectativas positivas acerca de un deseo que tenemos, pueden ayudarnos a preparar las acciones que nos acercarán a dicho deseo, al tiempo que nos permitirán contemplar las dificultades y elaborar planes secundarios de acción en caso de no lograr nuestra meta.