na densa selva tropical cubre las hermosas ruinas de Palenque, al pie de unas colinas del estado mexicano de Chiapas. El brillante plumaje de loros y guacamayos alegra el verdor de los árboles, y sólo los curiosos gritos de los monos aulladores perturban la serenidad de este antiguo complejo ceremonial maya.
En 1841, el escritor y viajero estadounidense John Lloyd Stephens publicó una obra que atrajo la atención mundial hacia Palenque y la totalidad de la oscura civilización maya. En ella afirmaba: «De todo el romanticismo de la historia del mundo, nada me ha impresionado tanto como el espectáculo de esta ciudad, antaño grande y hermosa, y hoy derruida, desolada y perdida.»
El Palacio Y Los Templos
El laberinto del Palacio de Palenque atrae al visitante hacia sinfín de galerías y estancias que acaban conduciéndole a la base de una torre de cuatro pisos. Desde lo alto de la torre, los mayas estudiaban las estrellas y dominaban la gran llanura del río Usumacinta, que recorre 128 km hasta el golfo de México.
El centro ceremonial maya de Palenque
Desde esa torre, el visitante puede contemplar los edificios religiosos de Palenque. Dispuestos alrededor de una plaza, tres son los templos piramidales similares: los del Sol, de la Cruz y de la Cruz Foliada. Cada templo está construido en lo alto de una pirámide escalonada, posee un techo abuhardillado rematado por una curiosa estructura vertical y calada, y dos salas abovedadas en su interior.
En la sala del fondo de cada templo hay un santuario, y en él, una tablilla de piedra con tallas jeroglíficas y dos figuras humanas; entre éstas, un objeto ceremonial. En el Templo del Sol, que para muchos representa la más perfecta de todas las construcciones mayas, este objeto lo constituye la máscara del dios Jaguar del Otro Mundo; en los otros dos templos se trata de un árbol en forma de cruz, con un pájaro posado en él.
El más notable de todos los edificios de Palenque es el Templo de las Inscripciones. Para llegar a él, el visitante debe ascender por una empinada escalinata de 20 m de altura, situada en la cara delantera de la pirámide. Sobre cada uno de los cuatro pilares que sostienen el templo hay figuras de estuco de tamaño natural, con niños en los brazos.
La Cripta En El Corazón De La Pirámide
La complicada talla de la lápida que cubre el sarcófago de Pacal.
Las noticias referentes al Templo de las Inscripciones fueron escasas hasta 1949, cuando el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier descubrió una gran losa de piedra en el suelo del templo, la retiró y encontró el comienzo de una escalera, bloqueada por una masa de escombros que su equipo tardó tres años en despejar. Al pie de las escaleras, exactamente a ras del suelo, Lhuillier descubrió una lápida triangular vertical y los esqueletos de seis personas jóvenes, probablemente víctimas de sacrificios.
Al retirar la losa, Lhuillier abrió una tumba que había permanecido inviolada durante más de mil años. La describió como «una enorme sala vacía que parecía tallada en hielo, una especie de gruta cuyas paredes y techo semejaban superficies perfectas, o una capilla abandonada cuya cúpula estuviera cubierto de estalactitas y de cuyo suelo surgían gruesas estalagmitas como los goteos de una vela...
En esta cripta funeraria se encontró una lápida de piedra de 5 toneladas con magníficas tallas, colocada sobre un sarcófago; en todas las paredes había relieves escultóricos que representaban a los nueve Señores de la Noche venerados por los mayas. Dentro del sarcófago, Lhuillier descubrió los restos de un hombre alto, fallecido hacia sus 40 años. Su cuerpo y su rostro permanecían cubiertos de joyas de jade, que contrastaban con el revestimiento rojo de la tumba. Enormemente lujosa era la máscara funeraria, de mosaico de jade, con curiosas incrustaciones de obsidiana y nácar en los ojos.
Las tallas de la lápida del sarcófago no representan un astronauta en una cápsula espacial como asegura Erich von Daniken en su obra "Recuerdos del futuro", sino que constituyen un valioso símbolo del tránsito del alma al reino de los muertos. Y más concretamente, describen la trasformación de un jefe maya en un dios.