Praga, ciudad del arte y de la historia por antonomasia, esconde en la colina de Vysehrad la llave de todos sus secretos. El diablo, un cementerio vivo, treinta y cuatro fantasmas y mil leyendas más que forman parte de la más enraizada tradición del país.
Según cuenta la leyenda, la mítica princesa pagana, Libuse, hija del padre de la patria checa, Cech, eligió una colina sobre la que se divisa el río Moldava y lanzó una profecía que perdura aún entre la tierra y el cielo de la eterna Praga: “Aquí nacerá una ciudad cuya fama y gloria llegará hasta las estrellas”. Así fue y así lo cuentan las leyendas checas. Pero en realidad, entre aquellas rocas, nació también uno de los lugares más enigmáticos y simbólicos que hay en toda Europa: Vysehrad.
Quizá sea difícil entender la historia de este lugar sin pasear entre sus calles y árboles, sin divisar su iglesia negra y su “jardín” de tumbas, pero se trata del decorado adecuado para divagar entre los dos mundos. Libuse, la princesa, marcó el enclave de una fortaleza que ha sido testigo de luchas de poder, morada de monarcas y escenario de cruentas batallas en las que el objetivo era asegurar el control de un bastión estratégico en las guerras checas.
La muerte se ha abierto paso entre sus murallas y ha dado lugar a diferentes leyendas. Cuentan que en lo que parecen ser los restos de una atalaya medieval, conocida como el Baño de Libuse, era donde la princesa alternaba con sus amantes, que una vez usados eran arrojados al río. Dicen también que entre sus rocas duerme un ejército de hidalgos que volverá de nuevo a la vida portando sus armas cuando la nación checa esté en peligro. Una vez al año, un león sale de la roca y lanza un fuerte rugido a modo de advertencia sobre la necesidad de auxilio. Al no recibir respuesta, el animal vuelve a su sueño eterno y con él, el ejército de hidalgos que, entre otros, está integrado por todos aquellos que perecieron debajo de la enigmática roca, ahogados en el Moldava.
No es la única leyenda que habla de espectros en este lugar. Exactamente son treinta y cuatro los fantasmas que dicen que moran en la fortaleza. Muchos escritores checos han escrito sobre estos relatos que forman parte de la cultura de la ciudad. Popelka Biliánova, editó un libro que se titula Los cuentos de Vysehrad. Nadie conoce como ella los secretos de la colina, ya que en su tiempo libre subía a su cementerio a cuidar y deambular entre sus tumbas. Su extraño carácter, dicen, quedó plasmado en sus relatos. De entre los treinta y cuatro espectros de la colina, los checos hablan de veinte damas blancas, entre ellas la princesa Libuse.
Se aparecen en lo que era el palacio de los reyes. Un horticultor fue el primero en verlas, junto a sus hortalizas, andando sobre ellas. A la mañana siguiente, todas las plantas estaban con los tallos aplastados sin que nunca más volvieran a erguirse. La Doncella Negra es otro de los fantasmas que se dice que habita Vysehrad. Junto a los restos de la muralla de Spicka, la figura es vista y escuchada. Se dice que gime y solloza, pero además, exhala un aliento helador que hace que a su lado tampoco crezcan las plantas. La imagen más terrorífica de los fantasmas de la fortaleza es la de perros negros e ígneos. Nueve dicen que se aparecen entre sus calles. El más conocido es un can negro con una cadena de fuego que se desboca cuando la noche cae sobre Vysehrad y corre desde la rotonda de san Martín –antigua ermita– a la Puerta de Ladrillos. Su última visión, cuando desaparece, es ya convertido en una gran bola de fuego.
Otra leyenda nos habla de un perro negro y de enormes ojos de fuego como guardián de un desconocido tesoro. Pero la más inverosímil de las imágenes es la de un can sin cabeza que acompaña a una carroza tirada por caballos sin cabeza y que dirige un cochero también sin cabeza. La narración asegura que a esta carroza infernal se la ve rodando sobre las murallas de la fortaleza. No acaba aquí la increíble historia espectral de la colina: dos arquitectos que fueron allí ahorcados intentan estrangular a los transeúntes que divisan; una rosa blanca, plantada entre sus jardines, es una sentencia de muerte: quien la encuentre y la toque, fallecerá; un baile de esqueletos se produce algunas noches junto a la rotonda de san Martín; un mayor francés merodea el castillo desde los tiempos de la ocupación gala –en 1742–. Todos estos espectros forman parte del universo del más allá que es Vysehrad.
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