Estamos decaídos, no tenemos ganas de nada. De pronto nos enojamos, no tenemos quien nos escuche ni quien nos haga caso. Nos ponemos furiosos contra el mundo. Otras veces lloramos, ¿será posible que nadie nos entienda?
Decididamente, nos sentimos solos, incomprendidos y abandonados y por momentos ¡tenemos tanta rabia! ¿Es que lo único que se proponen los demás es perjudicarnos? ¿Por qué nos hieren? ¡Deberíamos tomar represalias, devolver golpe por golpe, vengarnos!
Sentimientos como los expresados no son de ninguna manera exclusividad de poca gente. Es cuestión de ponerse la mano en el corazón y confesarse si no los hemos sentido alguna vez, aunque más no fuese en forma pasajera. Lo que debemos analizar es en qué grado nos afectan. Pero además: ¿es lícito adjudicar al prójimo la razón de esos sentimientos?
Porque aunque en algún momento alguien reconozca que el origen de sus males no está en la actitud de quienes lo rodean sino en su propio yo, es común justificar lo que nos pasa echándole la culpa a los demás.
Las cosas se agravan si el que así reacciona lo hace con quien directamente convive y comparte su vida íntima y sentimental, convirtiéndolo en causa de malestares y desdichas. Como si la intención del otro fuese la de hacerle daño. Lo señalado les sucede a muchas parejas, las que con el tiempo llegan a convertir el amor que se tenían al principio, en sentimientos de enemistad y hasta de odio. La falta de comprensión conspira contra la armonía de las relaciones amorosas. En lugar de entender qué puede estar ocurriendo en la intimidad de nuestra pareja, interpretamos sus actitudes como agresiones hacia nosotros, o como expresiones de indiferencia, rabia o rivalidad. El ego exacerbado, la necesidad de reafirmar nuestro prestigio, el simple orgullo o vanidad, enturbian nuestra percepción y hacen que confundamos las cosas.
Ayer tuve un problema que he preferido callar, por ejemplo, un problema de trabajo. Ese problema me tiene preocupado, incluso me ha producido un cierto insomnio. En consecuencia, he pasado una mala víspera y una inquietante noche. Hoy me levanté con cansancio y pesadumbre. Tengo pocas ganas de hablar. Mi pareja me nota poco comunicativo, ausente. ¿Qué le pasa —piensa— ¿No le interesa estar conmigo? ¿Le molesto? ¿Le causo fastidio?
El creerse desplazado o desquerido alienta los fantasmas que teje nuestra imaginación. ¿Qué puede tener que ver el otro en todo eso?
A veces las cosas se magnifican más todavía; es cuando interpretamos sus estados de ánimo directamente como agresiones hacia nosotros. Si nuestra pareja se entristece es porque nos quiere deprimir; si no tiene deseos de dar ese paseo que habíamos programado, es porque con nosotros se aburre; si le duele la cabeza es porque quiere amargarnos la existencia.
Las aprehensiones aumentan; sobrevienen las discusiones; un malentendido se suma a otro: Celos, incomunicación, egoísmo; tres ingredientes para acrecentar el desconcierto y las desavenencias.
Mientras tanto, ¿qué pasa conmigo? ¿Por qué no me observo con atención? ¿Sentimientos de fracaso tal vez? ¿Una falla en mi autoestima?¿No estaré, por alguna razón que no alcanzo o no deseo percibir, en crisis y disgustado conmigo mismo, lo que me vuelve susceptible, frágil, rencoroso? ¿No será que yo estoy pasando por un momento de debilidad psicológica?
La consulta al profesional especializado puede ayudar a encontrar las respuestas necesarias.
http://www.amardemasiado.com.ar/QuePasaConmigo.htm